Aparte de dibujante, como ya sabeis, soy un fan delos videojuegos desde que tenía 2 meses de edad. Esto me ha posibilitado teneruna buena perspectiva de la evolución de los videojuegos desde 1973 hasta ahorasin que me limiten unos gráficos anticuados o una música compuesta a base depitidos propios de un portero automático.
Hoy en día ya sabemos lo que prima en un videojuego, y loque buscan la mayoría de los usuarios:
– Gráficos espectaculares e hiperrealistas.
– Combos sangrientos (muchos combos aunque lamayoría los ejecutemos presionando aleatoriamente los botones) y buenas cantidades de hemoglobina.
– Antialiasing,Blurry-Motion, Edge-Sharping-Mistytexturemapping, y toda la pesca tecnológica.
Cumplidos estos requisitos básicos, sólo entonces podremosempezar a discutir sobre si el juego es divertido o no, es decir, sobre si eljuego merece la pena o es un pedazo de truño inmundo pese a sus millones depolígonos.
Y es aquí donde nace una brecha bastante insalvable con loantiguo, y por antiguo vamos a denominar a juegos con al menos 12 años deantigüedad (¿por qué 12 años? Porque el nacimiento de Zelda Ocarina of Time espara mí el año 0). Se detectan los siguientes síntomas en las generacionesactuales de jóvenes jugadores:
– Ya no saben lo que es el Pong, y elComecocos creen que es la mascota de algún Mundial de fútbol del siglopasado.
– No conciben que antes los juegos se cargaran enun ordenador a través de un cassette de música. Creen que les tomas el pelo.
– La visión de un juego de Spectrum o de Atari2600 es sencillamente aberrante, jamás perderían el tiempo siquiera en probarsi se trata de algo jugable.
Es decir, el elemento tecnológico es el que delimita lo quepuede jugarse (aunque sea malo) de lo que no (aunque sea bueno).
Perdemos mucho tiempo discutiendo si el videojuego es arte,pero no concebimos que deberíamos jugar en igualdad de condiciones con todotipo de plataformas al igual que podemos escuchar un canto gregoriano o unasinfonía de Philip Glass, una canción de los Beatles o de Radiohead, odisfrutar de un cuadro de Turner o de Klee. Sin embargo, la brecha en losvideojuegos se abre y los que lo pasamos bien con el Manic Miner pasamos a ser retrogamers.
El amante de los videojuegos debería adquirir una educacióntal que le permitiera no hacer distinciones entre las diferentes obras que nosha dado el mundo de los videojuegos. Es cierto que no debemos caer en el errorde mitificar lo antiguo: la mayoría de los juegos de ZX Spectrum han envejecidofatal y son directamente injugables o irracionalmente difíciles, pero eso noquita que no podamos reconocer un par de cientos de excelente juegos, alguno deellos verdaderas obras de arte. Un escritor francés asegura que sólo un 2-3 %de los profesionales que conocemos a lo largo de nuestra vida son buenosprofesionales, el resto son mediocres o directamente una nulidad: algo parecidopasa con los videojuegos. Esto no es menos cierto para plataformas como SNES,con muchos cartuchos anodinos pero con un buen puñado de maravillasimperecederas. Uno, creo yo, debería poder perderse por los sonidos de REZ deigual forma que disfruta tumbando colosos con el juego de Fumito Ueda osaltando barriles con la Nes y Donkey Kong. Es obvio que la técnica evoluciona,pero no por ello catalogamos a Billy Wilder de cine pasado de moda e inserviblepor el hecho de ser en blanco y negro y no colocar al lado de Jack Lemmon unOptimus Prime en lugar de un Tony Curtis.
Así que digamos que me encanta el término retro tanto comolo odio por poner de relieve que al mundo del videojuego le queda todavía unmundo para cortar sus ataduras con el lastre tecnológico (indivisible por unlado pero también una trampa) y con su vocación comercial (productos de ocio deconsumir y tirar, con plataformas con fecha de caducidad). ¿Dónde está laretrocompatibilidad para que tantas y tantas maravillas no queden condenadas almercado de Ebay o al reducto del emulador? Incluso Nintendo empieza a renegarde ello, cuando no pretende directamente volver a cobrar por viejas glorias.
Así que si sólo existe para ti la PS3, pero sin embargo hassentido un curioso cosquilleo al probar uno de esos sencillos juegos de móvil ocon el Doodle Jump de iPhone, quizá deberías ampliar tus miras, tal vez no estétodo perdido. Comprobarás que todo lo que creías que era una novedad ya estabainventado hace mucho, que todo provenía de un mundo con píxeles más visiblespero no menos valiosos.